Juana Sánchez La desplazada

Para sobrevivir a una masacre guerrillera, Juana tuvo que salir huyendo de su finca con sus tres niñas, sin plata, con hambre y dejando atrás lo que había conseguido con su marido en toda una vida de trabajo: las gallinas, los marranos, las 20 reses, cuatro bestias y 70 hectáreas sembradas de yuca, plátano y maíz. No se sabe qué pasó con eso.

Ella ya sabía sobre el desplazamiento y sobre la rabia, impotencia y dolor que se sufre cuando uno se ve obligado a dejar atrás lo que se consigue, lo que ha sido toda su vida. Su papá había tenido que hacer lo mismo en 1969, cuando Juana tenía 9 años, porque la guerrilla llegó a su finca cerca de Puerto Boyacá y empezó a enfrentarse con el Ejército.

Ese fue su primer desplazamiento de una lista larga de salir, huir y volver a empezar. La familia de Juana se asentaba en algún lugar, pero luego la presencia de armados, de alguno de los bandos del conflicto, los obligaba a irse y huir de la violencia, para salvar sus vidas.

Así pasó su niñez y parte de su juventud. Cuando cumplió 15 años, en 1975, su madre había logrado comprar una pequeña finca cerca de Barrancabermeja. Allí conoció a Fernando, un jornalero con el que se “voló”, se casó y vivieron juntos 16 años.

Juana se fue a vivir con Fernando a San Vicente de Chucurí. Allí, junto a otras familias campesinas, decidieron invadir un terreno abandonado y empezar a trabajar esas tierras. Estando allí, en 1989, “machetearon” a su marido. No se supo quién ni por qué. Juana acompañaba a Fernando en el hospital y al regresar a la finca la mandó a llamar un comandante de un frente de las Farc. Le ordenó vender la finca e irse a Barrancabermeja.

En esos días supo que la guerrilla había matado al joven que había macheteado a Fernando, su esposo, por ese hecho y porque le habían ordenado irse y no lo hizo. Sintió mucho temor. Vendió su finca y se fue a Barranca donde compró una casa pequeña.

Su esposo se fue a otro lugar a trabajar; poco la visitaba. Juana decidió ayudar a una antigua vecina a quien los paramilitares le mataron el esposo y la dejaron sin donde vivir, embarazada  y con tres hijos. La llevó a su casa en Barranca y al nacer el bebé se lo dejó a su cuidado; lo tuvo por cuatro años. La vecina también se hizo amante de su esposo, por lo que Juana empezó a vivir serios problemas en su casa; su marido la golpeaba y la maltrataba. Le quitó la ayuda económica pero la obligaba a que le lavara la ropa sucia. 

Ella finalmente lo dejó y al poco tiempo  se enamoró de Ramón, un hombre que le ofreció su ayuda.
Al saber esto Fernando la amenazó de muerte, nuevamente tuvo que huir.

Se fue con su nueva pareja a vivir al sur de Bolívar. Tuvo dos niñas y con su marido trabajaba en la agricultura. Allí también fue testigo de la lucha entre la guerrilla, los paramilitares y el Ejército.

Las balas pasaban sin saber de qué lugar. A todos los campesinos, dice, los tildaban de guerrilleros. Los paramilitares anunciaron que por cada uno de ellos que mataran, ellos acabarían con 12 campesinos. Juana dice “los de la guerra son otros; los que se quedan en el campo son los que sufren”.

La Cruz Roja de Puerto Salgar aconsejó a Juana y a su familia que se fueran a Bogotá. De nuevo tuvo que irse. Otra vez era desplazada. Llegó a la capital en 1977, a arrendar una pieza en un inquilinato.

Vivir allí lo describió como un “sacrificio”. La gente la miraba mal por ser desplazada, le discriminaron a sus hijas y las maltrataron por su situación. Las llamaban “mierda”. Juana logró algunas ayudas del Gobierno y logró comprar un lote con su marido, cerca del barrio Patio Bonito. Aunque su casa está en un barranco y solo tiene una pieza, es su casa propia y allí nadie la discrimina.

Juana dice que “Dios es bueno con ella” y pide que haya paz en el país y se acaben los grupos armados, ellos son los del conflicto y que los que pagan “el pato” son los que no tienen nada que ver.
 

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