Nació en Armenia, en una típica y tradicional familia de clase media, con nueve hermanos. Su padre, un comerciante y su mamá una costurera. Creció entre cafetales y plataneras en las fincas del Quindío. En busca del progreso y con un ánimo de superación su familia emigró a Bogotá. |
Vivió muchos años cerca del Hospital Militar. Allí vio de cerca por primera vez un helicóptero y hasta conoció al Papa Pablo VI cuando visitó Colombia. En su niñez empezó a entender y a cuestionar por qué el trato a las mujeres era diferente de los hombres.
Dice haber tenido una infancia muy feliz y que en su casa nunca escuchó hablar de la violencia. Sin embargo, en Bogotá, Liliana y su familia pasaron años muy duros, de escases económica. Ese tiempo le sirvió para darse cuenta del espíritu aguerrido de su madre, quien siempre le puso el pecho a los problemas, sin desmotivarse. Aprendió de ella el valor del trabajo y lo que éste significa para la vida.
Los cuestionamientos sobre la pobreza y la distribución económica la llevaron a acercarse a los pensamientos comunistas y a establecer relaciones y contactos con personas con similar ideología. Se enfrentó a su padre por esta razón. Era mitad de los años 70. Ya en 1977 era militante de las Juventudes Comunistas, Juco. Defendía la idea de crear una sociedad más justa y sin hambre.
En 1980 escuchó hablar por primera vez de las Farc. Averiguó más sobre esta guerrilla y un día, fiel a sus ideas comunistas, dijo “me voy”.
Tenía una imagen de la guerrilla creada por sus lecturas sobre las guerras de Rusia y Bulgaria, de tal caso que se encontró con una realidad distinta al llegar a los campamentos. Creía que todo era ideológico y no se imaginaba la dureza de los combates.
Aprendió a marchar, a hacer guardia, a usar armas y a vivir en el monte. Olga también enseñó filosofía y otras materias a los campesinos que se iban incorporando a los frentes guerrilleros.
El contacto con las personas le hizo querer más. Le empezó a atraer a idea de hablar con los civiles y del reclutamiento. Allí decidió quedarse en las Farc y desde ese día ya no tuvo manera de echarse para atrás. Aunque las dudas y el aburrimiento algunas veces la agobiaron y se preguntaba ¿qué hacía allá? Tampoco tenía del todo ganas de salirse; le gustaba el trabajo político de masas.
La primera muerte que vio estando en la guerrilla no fue precisamente en un combate. Fue la de una amiga mordida por una culebra. Pero la impacto profundamente. Sin embargo, les tomó más pánico a las culebras que a la muerte.
Pese a que reconoce que en las Farc siempre se contempló la posibilidad de la lucha por una vía diferente a la armada, no consideraban que hubiera espacio democrático para ello en el país y por eso “toca seguir en esto”. Aunque sabe que en el país muchas cosas se han logrado por la fuerza, también cree que la lucha armada no debe ser el fin.
A los cinco meses de estar en el secretariado de las Farc Olga se estableció como pareja del famoso guerrillero Raúl Reyes,
con quien tuvo una sólida relación y a quien, entre otras virtudes, le reconoce su profundo respeto por la mujer.
Olga dice que en la guerrilla, como en Colombia, hay machismo, a pesar de que más del 40% de los guerrilleros son mujeres. Considera que es importante que en la guerrilla como en el país, se le valore más a la mujer, e incluso se le tome en cuenta y se aprecie más su lucha.
Animada por su espíritu independiente, Olga no quería ser solo “la mujer” del jefe guerrillero. Ella misma aspiró a ser jefe y gracias a su formación y entrenamiento militar en la guerrilla, un día consiguió ser comandante. Insiste en que no le llaman la atención las armas y que está en ello porque sabe que es una necesidad para el país.
Siente que hace sacrificios como mantenerse alejada de su familia, pero que valen la pena, pues está convencida de la lucha. Olga estuvo detenida alguna vez por el Ejército e intentaron hacerla delatar la ubicación de los campamentos. Finalmente salió por un acuerdo y logró ver a su mamá. Su padre había muerto de un infarto para ese momento. Sin embargo, sin despedirse de su mamá, volvió a la guerrilla.
En 1991 ya estaba metida en las Farc “de cabeza”, conoció más de Colombia, de su gente, de su potencial y corroboró que no se mercería más pobreza.
En medio de su lucha por sus sueños de un país mejor, la vida la llevó a buscar un embarazo.
Fuera del monte tuvo su hija y deseó haber conocido antes la maternidad para haber tenido más hijos.
Sin embargo ya tenía claro, junto al comandante Raúl, que si tenía hijos no dejaría la lucha armada. Entonces Olga entendió que era mejor dejar a su hija al cuidado de otros y estar pendiente de ella a distancia. Separarse de su hija no fue fácil, pero era más difícil pensar en separarse de las Farc y de la lucha en la que creía. Se preguntaba ¿por qué tiene que ser la mujer la que resuelve el problema de los hijos? ¿Por qué es siempre ella la que renuncia a sus proyectos y a su desarrollo? Con respuestas a esto supo que tomó la mejor decisión y que esperaba poder transmitirle a su hija la necesidad de que ella también luche, se desarrolle y crezca.